miércoles, 12 de agosto de 2009


¡Qué dulces fueron
tus besos mujer!

Aún recuerdo la tersura de tu lengua,
la extraña delgadez del bermellón colorado.

Me siento otra vez en el ralo pasto
bajo la capota gris de un cielo enmarañado

y te oigo sin escuchar
la explicación detallada
de tu camino sembrado de cactus,
me muestras quinientas pruebas gráficas
que lo testifican...

y no me importa.

Sólo te veo
y no veo el momento.

Mientras,
tus labios se abren
se cierran
se mojan...
miro tus comisuras
formando parábolas religiosas...

¿Qué hacer si se nos acaba el día
y si el que nos mira nos sigue?
¿Qué he de hacer si tú no te animas?

Pues haré lo que toda hembra
(que se jacte de serlo) haría:
dejando de lado mis faldas
y mis flores de cristal,
te pido
(haciendo uso del protocolo)
me cedas la flor de tu boca.

Y cerrando el capítulo amoroso
de nuestro cuento de hadas,
tú dices:
"¡Cuánto esperé para que dijeras eso!"

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Pero de eso
ya hacen varios siglos,
en que la selva cubrió
el castillo de las princesas,
pero me queda en las manos
tu postrero mensaje:

"Mañana llego a México.
No te llamé en este viaje
y he decidido ya no buscarte
ni pensar en ti. Te quiero"

y me queda en la mente
tu última niebla.

1 comentario:

Lesbiano dijo...

Tu y tus lesbianidades, pero se leen muy ricas