viernes, 26 de junio de 2009
Abro la ventana de rodillas.
Aún tengo mangas cortas
y monos sobre el cuerpo.
Extiendo mis codos hasta su punta
rozando con mis huellas
digitus-digitalis
la brisa de hielo atenuado.
A lo cerca hay un conejo
y respiro de esa lámpara
de naranja transparente.
Tiembla el verde mientras puede;
en poco se sofocará.
Escucho pocos
de la especie tempranera.
Pero los que me gustan
no se escuchan
y se levantan más tarde.
Aquí viene uno
o más bien una,
de lengua dulce
y exterior tornasolado.
Localiza a su amante de lava
y, con la boca apretada de beso,
le bebe las entrañas.
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